"Contra el viento del norte", de Daniel Glattauer.

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Increíble, perfecto, maravilloso. El autor se llama Daniel Glattauer y nació en Viena en 1960. Desde 1989 colabora para el periódico austriaco Der Standard. Ha escrito varias novelas de las que también he podido leer, La huella de un beso (editada en alemán en 2004 y traducida en español en 2011). Al leer La huella de un beso y posteriormente Contra el viento del norte (Alfaguara 2010) y Cada siete olas, te das cuenta de la gran evolución en su forma de escribir, tan precisa en sentimientos, tan culta para un público de a pie. Sí, Daniel Glattauer sabe escribir bien, sabe llegar, sabe ser escritor.
La verdad, ha sido este verano cuando he sabido de él, me ha dado tiempo a leer los tres libros mencionados. Contra el viento del norte fue, muy merecidamente, finalista del prestigioso German Book Prize y se convirtió en un bestseller traducido a treinta y dos idiomas. La historia es sencilla: Emmi Rothner y Leo Leike se escriben por correo electrónico (al igual que aquellas novelas epistolares dieciochescas) por error. Y lo que comienza siendo una simple confusión electrónica, termina convirtiéndose en una relación sólida entre ambos. Una relación de la que ya no pueden vivir sin tener noticias el uno del otro mediante la bandeja de entrada. Los dos luchan contra sus sentimientos, ¿deberían quedar y verse?, ¿o de esa manera se rompería la magia de ese amor virtual?
La continuación de este gran fenómeno editorial se llama Cada siete olas. Aquí, la historia de estos dos personajes continúa tras una prolonga separación. Esta segunda parte corresponde al desarrollo de sus vidas, a esa séptima ola que trae cambios irreparables en el tiempo:

Tu historia me sonaba, así que he estado indagando sobre la séptima ola, querida Emmi. El ex prisionero Henri Charrière la escribió en su novela autobiográfica Papillón. Tras haber encallado en la isla del Diablo, frente a las costas de la Guayana francesa, pasó varias semanas observando el mar y advirtió que cada siete olas se producía una ola más alta que las demás. Finalmente, logró que una de esas séptimas olas -a la que bautizó “Lisette”- arrastrara su balsa de cocos al mar, lo cual fue su salvación”, (pág. 179).

Y es agradable descubrir cómo Daniel Glattauer sabe enlazar la literatura, ya que, cuando leí estos fragmentos me vino a la mente otro de los grandes, Henri Charrière. Un libro que me marcó hace ya muchos años y que me he visto obligada a citar por la maestría de Glattauer, ¡sí señor! Elegir el título de un libro a veces no es fácil, pero cuando ves que ese título corresponde con una de las obras fundamentales de la literatura francesa, entonces, donde antes era complicado, ahora ves un nudo de perfectos anclajes que se funde en cada sentimiento leído entre y sobre líneas.

En resumen, gran forma de escribir, ligera y a la vez culta. Atrapa desde el primer momento con sus historias amorosas de los ciudadanos de la ciudad de Viena. Te comes las páginas, las deboras sin darte cuenta. Son historias aparentemente normales: chico se enamora de chica; sin embargo Daniel Glattauer sabe escribir letras, palabras, frases con puntos y comas perfectamente estructuradas, con un significado preciso, sin florituras, sin excesos. Sabe, en definitiva, seducir con las palabras. 

La buena novela no ha de ser forzosamente el relato de una excepción. Debe ser un trozo de vida cotidiana, donde cada cual se reconozca; pero que enseñe a los hombres cosas que no todos veían. Pág. 26. Maxence Van Der Meersch, Porque no saben lo que se hacen, 1963.

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