Día del Humor: 26 de abril

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Hoy, día 26 de abril, se celebra el Día del Humor, y, si nos ponemos exquisitos, el Día de la Propiedad Intelectual. Pero quedémonos con el primero, es mucho más gracioso. Por eso, he querido traer un libro que no es un referente del humor. No es Tom Sharpe ni Gerald Durell, si no Moby Dick. Hace poco tiempo ya os hablé de este libro, tratado de biología cetácea. Pero dejó tanto huella en mí, que hasta encontré extractos de humor, para que veáis lo poliédrica que puede llegar a ser una novela.




¿Quién se iba a imaginar que un libro como Moby Dick iba a ocasionar diversión sin límite? Pues sí, tiene partes cómicas e irónicas, ya que juega con lo grotesco y lo caricaturesco. Aquí os dejo, por orden de risa, las intervenciones más chuscas. Si Melville hubiera vivido en el siglo XXI, nada más verle, lo habría contratado para el Club de la Comedia. Queda dicho. Así pues, vayamos al ranking más jocoso de Moby Dick.
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Las dimensiones del esqueleto que ahora voy a anotar están copiadas literalmente de mi brazo derecho, donde me has hice tatuar; ya que, en mis locos vagabundeos de ese periodo, no había otro modo seguro de conservar tan valiosas estadísticas. Pero como andaba escaso de espacio, y deseaba que las demás partes de mi cuerpo continuasen como páginas en blanco para un poema que entonces estaba componiendo -al menos, las partes no tatuadas que me quedaban-, no me molesté en las pulgadas fraccionarias, y desde luego, tampoco deben de entrar en absoluto en una medición adecuada del cetáceo (capítulo 103).
Imaginad que vais por el desierto en busca del tesoro del Alí Babá cuando de pronto se os aparece un duende mágico. Os dice un proverbio que debéis declamar de memoria a la entrada de la cueva. Necesitáis papel, pero no tenéis. A) Os lo aprendéis de memoria, B) os lo tatuáis en el brazo, total, piel en el cuerpo hay mucha y mal aprovechada.

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Cambiando mi carretilla de mis manos a las suyas, me contó una divertida historia sobre la primera carretilla que había visto. Fue en Sag Harbour. Los propietarios de su barco, al parecer, le habían prestado una para llevar su pesado baúl a la posada. Para no parecer ignorante sobre la cosa, aunque en realidad lo era por completo en cuanto al modo exacto en que manejar la carretilla, Quiqueg puso el baúl encima, lo ató sólidamente, y luego se echó al hombro la carretilla y se fue por el muelle arriba (cap. 13).

Curioso cuanto menos esta historia de la carretilla. Vale que no hubiera visto una carretilla en su vida, pero un poco de imaginación no hubiera estado mal. Que la carretilla está para aligerar peso, no para añadirlo, señor Quiqueg.
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Éramos amigos entrañables, y que moriría alegremente por mí si hiciera falta (cap. 10).

Esto es lo que dijo sobre su amigo Quiqueg. Vamos, que si mueres alegremente, todo lo demás no importan; es más, puedes conmutarlo por años cotizados y al final de tus días, si has muerto alegremente, te suben un 75 % tu jubilación. Si es que con la alegría, todo son ventajas.

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En una palabra, Quiqueg, el infierno es una idea que nació por primera vez de un flan de manzana sin digerir, y desde entonces se ha perpetuado a través de las dispepsias hereditarias producidas por los Ramadanes (cap. 18).
Reconozco que la idea de que el infierno provenga de un flan de manzana da mucho que pensar por su verosimilitud. No sé cómo no se le ha ocurrido antes a ningún profeta de cualquier religión. Yo, desde luego, me liaría con una nueva Biblia ahora mismo. Ya lo tengo todo muy bien hilado en mi cabeza. Creo que seguidores tendría unos cuantos, que a todos nos gustan las manzanas (y los flanes).  

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La sangre de una ballena polar es más caliente que la de un negro de Borneo en verano (cap. 68).
Lo justo sería probarlo. Llamar a Tip y Coll para que nos expliquen, en francés si es preciso, cómo medir distintas temperaturas: "se coge un vaso de sangre de una ballena polar, se pone al fuego. Se trae a un negro de Borneo, se le pone el termómetro...", y así sucesivamente. Oye, que el tema da para una tesis.  

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 El barco estaba pesado de cabeza como un estudiante en ayunas con todo Aristóteles en la cabeza (cap. 110). 
Y tener a todo Aristóteles en la cabeza, y encima en ayunas, es para suicidarse, créanme. Lo mejor sería tomarse un flan de manzana para comenzar a digerir a los clásico griegos. Es más, yo me tomaría todas las mañanas el flan de manzana, que luego las digestiones se hacen pesadas (por muchos infiernos que haya).


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Correcto, Moby Dick no es el mejor ejemplo de humor en la literatura, pero por ello lo he querido traer aquí. No te esperas encontrarte ni un ápice de humor en sus 900 páginas (páginas arriba o abajo, depende de la edición), pero Melville tenía su vena irónica. Respiraba humor cada mañana al levantarse, cogía su carretilla, y se inspiraba viendo pasar a los cetáceos, como quien a los pájaros en el tendido de la luz.


Escrito por María Bravo




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